- ¡Arriba todo el mundo! – gritaba mientras pisoteaba un montón de hojas secas -. ¿Quién viene a jugar conmigo?
- ¡Yo voy! – contestó el cervatillo, que salió disparado de detrás de unos arbustos.
- ¡Y yo! – dijo sonriendo la ardilla mientras bajaba correteando por un tronco.
- ¡Y yo también! – añadió el conejito, asomándose por la madriguera.
- Si salís a jugar, no os metáis en el río – dijo mamá coneja.
- Tampoco os ensuciéis – dijo mamá ardilla.
- Y no lleguéis tarde – añadió mamá cierva.
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- ¡Yo voy! – contestó el cervatillo, que salió disparado de detrás de unos arbustos.
- ¡Y yo! – dijo sonriendo la ardilla mientras bajaba correteando por un tronco.
- ¡Y yo también! – añadió el conejito, asomándose por la madriguera.
- Si salís a jugar, no os metáis en el río – dijo mamá coneja.
- Tampoco os ensuciéis – dijo mamá ardilla.
- Y no lleguéis tarde – añadió mamá cierva.
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Mientras, el osito se balanceaba en una rama.
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- ¡Vamos a divertirnos! – gritó a sus amigos -. Escondeos, y yo os buscaré.
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El osito y sus amigos estuvieron jugando al escondite toda la mañana. Se escondían en un montón de sitios:
en los agujeros del suelo, detrás de los árboles y entre las ramas. Cada vez se alejaban más de su casa y comenzaban a sentirse cansados..
Finalmente, el cervatillo, la ardilla y el conejito cayeron rendidos sobre la hierba, a orillas del río. Pero el osito no estaba cansado.
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- ¡Qué sed tengo! – exclamó el conejito.
- Te traeré algo de beber – se ofreció sonriente el osito.
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- Te traeré algo de beber – se ofreció sonriente el osito.
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Se metió de un brinco en el río y comenzó a salpicar agua con las zarpas. Cuando salió del agua, tenía el pelo empapado.
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- ¡Ahí va! Si no podíamos meternos en el río… - recordó el conejito.
- ¡Qué hambre tengo! – refunfuñó la ardilla cuando el osito volvía del río.
- Te traeré unas nueces – se ofreció sonriente el osito.
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- ¡Qué hambre tengo! – refunfuñó la ardilla cuando el osito volvía del río.
- Te traeré unas nueces – se ofreció sonriente el osito.
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Se subió a un árbol que había cerca y al bajar, llevaba ramitas y hojas pegadas en el pelo mojado.
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- ¡Ahí va! Si no podíamos ensuciarnos… - recordó la ardilla.
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- Será mejor que volvamos o llegaremos tarde – dijo el cervatillo.
- Yo iré corriendo primero para decirles a todos que estáis de camino – propuso el osito.
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- ¿Y si nos perdemos? – preguntó el cervatillo -. Yo no conozco bien el camino.
- Yo sí lo conozco – dijo el osito -. Dejaré mis huellas en el suelo para que podáis seguirlas.
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- Yo iré corriendo primero para decirles a todos que estáis de camino – propuso el osito.
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- ¿Y si nos perdemos? – preguntó el cervatillo -. Yo no conozco bien el camino.
- Yo sí lo conozco – dijo el osito -. Dejaré mis huellas en el suelo para que podáis seguirlas.
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El osito regresó corriendo, marcando el camino a su paso.
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- ¡Dios mío! – exclamó al verlo mamá coneja -. Estás empapado. Eso significa que os habéis metido en el río…
- ¡Y qué sucio estás! – dijo mamá ardilla -. ¡Mira cómo te has puesto!
- Además llegas tarde, osito travieso – dijo mamá cierva -. ¿Dónde están los demás?
- ¡Estamos aquí! – gritó el conejito saliendo de entre los árboles - . Tenía sed
y el osito se metió en el río para darme de beber.
- Y yo tenía hambre y el osito se ensució al cogerme unas nueces – añadió la ardilla.
- Y regresó corriendo a casa para que no os preocuparais si llegábamos tarde – dijo el cervatillo.
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- ¡Y qué sucio estás! – dijo mamá ardilla -. ¡Mira cómo te has puesto!
- Además llegas tarde, osito travieso – dijo mamá cierva -. ¿Dónde están los demás?
- ¡Estamos aquí! – gritó el conejito saliendo de entre los árboles - . Tenía sed
y el osito se metió en el río para darme de beber.
- Y yo tenía hambre y el osito se ensució al cogerme unas nueces – añadió la ardilla.
- Y regresó corriendo a casa para que no os preocuparais si llegábamos tarde – dijo el cervatillo.
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Entonces mamá coneja, mamá ardilla y mamá cierva dedicaron al osito una gran sonrisa.
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- Bueno, parece que no eres tan travieso – dijeron -. ¡Has sido un osito muy amable!
Texto: © Jillian Harker
Ilustración: © Caroline Pedler
Ilustración: © Caroline Pedler
Sin amabilidad el ser humano
deambula por la vida torpemente.
Doménico Cieri Estrada, escritor (1.954)
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