Aunque he tenido tiempo de hacerlo, no me he despedido todavía de nadie, ni siquiera de mi familia ni de mis amigos. Estoy que vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero, aunque desespero. Dicen los agoreros y otros falsos profetas (de esos han pululado y siguen pululando mucho en nuestra especie inteligente) que, según el calendario maya, mañana será el fin del Mundo. ¡Y yo sin afeitarme para estar decente ante tal notorio evento! Voy a salir corriendo al supermercado a comprar espuma de afeitar y una hojilla de esas de siete láminas, que así el afeitado será más apurado y durará más. He nacido, al igual que tú, en una época que nos concede tal privilegio: ver en vivo y en directo el fin del Mundo. Ahora bien, me pregunto cómo será... ¿Un meteorito impactará con nuestro planeta y nos enviará al quinto pino de un universo infinito? ¿Será una ráfaga de fuego que proceda del Sol y nos achicharre como a un pollo en una freiduría? ¿Se invertirán los polos magnéticos terrestres y por eso la aguja de la brújula señalará el sur en vez del norte? ¿O será en forma de cataclismo geológico con terremotos, maremotos y tsunamis por todo los rincones de este planeta? Tengo una ansiedad que me está matando, a no ser que el fin del Mundo acabe primero conmigo. Quiero que ocurra ya, que se acabe todo esto, pero espero que los mayas hayan calibrado este inminente final de tal manera que nadie sufra. Por favor, que sea rápido, certero, quirúrgico y sin dolor. ¡Adiós!
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Pero ahí no queda la cosa, ni mucho menos... Una vez que nuestros cuerpos estén hecho trizas por la magnitud de la tragedia profetizada, sin posibilidad de reconocimiento de quiénes éramos por parte de los forenses del CSI o la doctora Temperance Brennan, antropóloga forense para más señas, queda la segunda parte de todo esto. Nuestra alma habrá salido de nuestro fragmentado cuerpo y tendremos que rendir cuentas de nuestra vida en lo terrenal al Jefe, sí, sí, al de arriba, al de muy arriba. Como seremos muchos, las colas para declarar y confesar serán tremendas, kilométricas, guardando turno sin perder los nervios. Eso sí, aquí no se permitirá colar a nadie, que sea por estricto orden de fechas de nacimiento y sin cuñas, que de eso ya sabemos mucho por aquí abajo.
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Me niego a hacer la cola como todo los demás y perder media eternidad en eso. Mi tiempo también es importante, ¡oh, pispito! ¿Qué se habrá creído el Jefe? Así que, viéndomelas venir, he hecho una declaración jurada, con firma digital incluida, contándole al Jefe que me he portado muy bien salvo en algunas ocasiones cuando era niño, en las que hacía alguna gamberrada pero no muy grave (por si acaso, también le he recordado al Jefe lo que dijo su hijo en su momento: “dejad que los niños se acerquen a mí...”). Ya la he enviado por internet al paraiso, ahorrándome el trance de estar quieto en una fila que avanza muy despacio. Mientras los demás están esperando a ser confesados para cuando les llegue el turno, me iré al piscolabis de la esquina, pediré un cafelito bien cargado y me leeré los periódicos del día después de la tragedia del fin del Mundo. No es que me llamen la atención esos temas morbosos de desastres, en absoluto, uno también tiene derecho a la información, pero pienso que las tiradas de las editoriales tratarán el tema en exclusividad. Los periódicos deportivos harán lo propio, relatándonos las últimas horas de Messi, Fernando Alonso o Pau Gasol. Y seguro que ese día habrá una edición especial del “Sálvame de Luxe” contándonos las desgracias del mundo del famoseo. Al menos, y como manera de pasar el rato, los que estén en la fila podrán enterarse de todo lo sucedido enviándose whatsapps.
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Está claro que las interpretaciones de los calendarios que han hecho, hacen y harán esos falsos videntes sobre el futuro, en nada se parecerá a lo que ocurrirá el día después. Y como ejemplo de calendarios, contaré algo que está en la historia y que se nos pasa por alto. El 4 de octubre de 1.582 muere Santa Teresa de Jesús. Fue enterrada el día 15 de octubre de ese mismo año (hagan cuentas). Me estoy imaginando a la persona que tuvo que certificar que, efectivamente, era el cuerpo de Santa Teresa de Jesús antes de su enterramiento. Al abrir el ataúd, seguro que recibió un buen golpe de efluvios aromáticos en su pituitaria y, como bien me temo, habrá preguntado: “¿Alguien tiene un Ambipur?” En absoluto, no hizo falta que hiciese tal pregunta porque el Ambipur no se había inventado todavía. En la noche del 4 de octubre de 1.582, nos regíamos por el calendario juliano y al día siguiente por el gregoriano. Por lo tanto, el día siguiente fue 15 de octubre y Santa Teresa fue enterrada en su sepulcro en menos de veinticuatro horas después de su óbito. De la historia desaparecieron los días 5, 6, 7, 8, 9 ,10, 11, 12, 13 y 14 del mes de octubre del año 1.582. Calendarios, calendarios, calendarios.
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Y tú, ¿qué harás el día después del fin del Mundo? Si quieres, pásate por el piscolabis de la esquina y tomaremos café, pero si tienes que hacer la fila..., espero que tengas whatsapp. Por cierto, todavía no me he afeitado.
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"Se observa un renovado interés por doctrinas anecdóticas como la astrología. La amplia aceptación que gozan trasluce una falta de rigor intelectual y una grave carencia de escepticismo. Son filigranas de la ensoñación".
Carl Sagan (1.934 - 1.996)
(astrónomo, astrofísico, cosmólogo y astrobiólogo)
(astrónomo, astrofísico, cosmólogo y astrobiólogo)
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