Cada mañana, con los ojos todavía medio cerrados por el sueño, Tortuga Lúa salía de casa. Lentamente, un paso tras otro, atravesaba el jardín haciendo siempre el mismo camino, el que conducía al huerto.
.- ¡Mirad quién llega! – susurró un rábano -. Oigo sus pasos sobre los guijarros del camino: cric, crac, cric, crac...
.- ¡Mirad quién llega! – susurró un rábano -. Oigo sus pasos sobre los guijarros del camino: cric, crac, cric, crac...
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Pero antes de cuidar a sus queridas lechugas y de atar las tomateras, Lúa saludaba siempre a un viejo amigo, el señor Calabaza.
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Su estado era tan espantoso que el señor Calabaza ya no asustaba a nadie desde hacía mucho tiempo. Hasta los gorriones, normalmente asustadizos, revoloteaban y piaban a su alrededor y se posaban en bandada sobre sus brazos extendidos. La tortuga, que no sabía nada de todo aquello, cada mañana repetía: <<Si mi jardín está tan hermoso es porque está bien vigilado, ¿verdad, señor Calabaza?>>, y hacía lo posible por mostrarle agradecimiento.
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Le sacudía el polvo al sombrero, anudaba de nuevo la bufanda y ponía un poco de orden en los harapos que le servían de vestimenta. Después, la tortuga se ocupaba de las hortalizas bajo la mirada vigilante del señor Calabaza, que agitaba sus viejos vestidos y movía los zapatones como para demostrar que, de haber podido, le hubiera encantado ayudar.
.Poco podía imaginar la tortuga que aquella historia acabaría convirtiéndose un día en una verdadera pesadilla. Seguramente comió demasiada ensalada aquella noche, porque sus sueños fueron muy agitados. La pobre soñó que el señor Calabaza chutaba los tomates, pisoteaba las zanahorias y, sobre todo, se comía hasta las última hoja de las lechugas.
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.Poco podía imaginar la tortuga que aquella historia acabaría convirtiéndose un día en una verdadera pesadilla. Seguramente comió demasiada ensalada aquella noche, porque sus sueños fueron muy agitados. La pobre soñó que el señor Calabaza chutaba los tomates, pisoteaba las zanahorias y, sobre todo, se comía hasta las última hoja de las lechugas.
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Lúa no pudo soportarlo. Se levantó precipitadamente y corrió directa al huerto tan rápido como lo puede hacer una tortuga. Por desgracia, ya era demasiado tarde. Alguien había devorado sus queridas lechugas, roído las zanahorias y aplastado los tomates.
.- ¡Señor Calabaza! – gritó furiosa -. ¡Señor Calabaza!
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.- ¡Señor Calabaza! – gritó furiosa -. ¡Señor Calabaza!
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El espantapájaros no respondió. Había desaparecido. Sin embargo, el insaciable glotón había dejado a su paso muchas pisadas, que Lúa enseguida siguió. Después de una interminable búsqueda a través del jardín, llegó a..., ¡menuda sorpresa!..., a casa del duendecillo. Pero Membrillo, rabioso porque le habían despertado muy pronto, murmuró que no sabía nada de toda aquella historia y le dio con la puerta en las narices.
.Desconsolada, Lúa volvió al huerto.
.- El que lo ha hecho tenía una cara muy extraña – dijo la lombriz para consolarla.
.- Sí, una cara de granuja espantosa – añadió un escarabajo sanjuanero.
.- Sea como sea, el culpable es el espantapájaros – afirmaron los caracoles alargando los cuernos.
.Desconsolada, Lúa volvió al huerto.
.- El que lo ha hecho tenía una cara muy extraña – dijo la lombriz para consolarla.
.- Sí, una cara de granuja espantosa – añadió un escarabajo sanjuanero.
.- Sea como sea, el culpable es el espantapájaros – afirmaron los caracoles alargando los cuernos.
.- ¡No les hagas caso!, ¡no les hagas caso! – piaron de repente los gorriones -. Quien se ha comido todas tus lechugas es el conejo, un conejo de color chocolate con una nariz grande y amarilla. Y ha sido el duendecillo quien ha pisoteado las zanahorias cuando perseguía al conejo. Iba muy rápido y ha derribado al
espantapájaros, que ha huido corriendo hacia la cabaña.
.Los pajarillos le habían dicho la verdad. El señor Calabaza se había escondido en la cabaña y estaba muerto de miedo.
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.Los pajarillos le habían dicho la verdad. El señor Calabaza se había escondido en la cabaña y estaba muerto de miedo.
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- ¡No he sido yo! ¡No he sido yo! – exclamó al ver la tortuga.
.- Pues claro que no. ¡Ni en sueños pensaría algo parecido! – respondió la tortuga con voz indignada -. Venía a pedirte que ocupes de nuevo tu lugar en el huerto.
.- ¡Estupendo! – suspiró el espantapájaros sollozando -. Aunque yo ya no asusto a nadie.
.- Ya lo sé – dijo Lúa -. Como ahora veo que sabes correr, quizá me puedas ayudar un poco en vez de quedarte plantado todo el día sin hacer nada.
.- ¿Y de verdad trabajaré? – preguntó.
.- Trabajarás de verdad – respondió Lúa acercándole la regadera.
.Muy emocionado, el espantapájaros salió a toda prisa de la cabaña, regadera en mano. Se dirigió a grandes zancadas hacia el huerto seguido de la tortuga, que no podía resoplar:
.- ¡Espérame, espérame, que así te explicaré cómo hacerlo!
.Pero el señor Calabaza ya estaba a cuatro patas cavando la tierra para plantar nuevas lechugas.
.Y así fue cómo desde aquel día cuidó con cariño todas las hortalizas bajo la atenta mirada de la tortuga, que hacía guardia y perseguía a los intrusos..., sin dejar de masticar hojas de lechuga, naturalmente.
.- Pues claro que no. ¡Ni en sueños pensaría algo parecido! – respondió la tortuga con voz indignada -. Venía a pedirte que ocupes de nuevo tu lugar en el huerto.
.- ¡Estupendo! – suspiró el espantapájaros sollozando -. Aunque yo ya no asusto a nadie.
.- Ya lo sé – dijo Lúa -. Como ahora veo que sabes correr, quizá me puedas ayudar un poco en vez de quedarte plantado todo el día sin hacer nada.
.- ¿Y de verdad trabajaré? – preguntó.
.- Trabajarás de verdad – respondió Lúa acercándole la regadera.
.Muy emocionado, el espantapájaros salió a toda prisa de la cabaña, regadera en mano. Se dirigió a grandes zancadas hacia el huerto seguido de la tortuga, que no podía resoplar:
.- ¡Espérame, espérame, que así te explicaré cómo hacerlo!
.Pero el señor Calabaza ya estaba a cuatro patas cavando la tierra para plantar nuevas lechugas.
.Y así fue cómo desde aquel día cuidó con cariño todas las hortalizas bajo la atenta mirada de la tortuga, que hacía guardia y perseguía a los intrusos..., sin dejar de masticar hojas de lechuga, naturalmente.
© Antón Krings.
Amistades que son ciertas
nadie las puede turbar.
Miguel de Cervantes (29-9-1.547, 22-4-1.616), novelista y dramaturgo.
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