Era una soleada mañana de verano. El patito iba paseando por la pradera cuando se encontró con su amigo, el conejito.
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- Hola, conejito – dijo el patito -. ¿Qué vas a hacer hoy?
- Nada importante – suspiró el conejito -. Por aquí no hay mucho que hacer.
- Tienes razón – añadió la ardilla desde su rama -, necesitamos diversión.
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Justo en ese momento, algo pasó volando junto a la cabeza del patito. Las alas le brillaban con el sol, y su cuerpo desprendía destellos azules y verdes.
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- ¡Oh! – dijo el patito -. ¿Habéis visto eso? ¡Qué bonito! ¿Qué será?
- No lo sé, tal vez vuelva a pasar por aquí – dijo la ardilla.
- Pues yo no pienso esperar aquí sentado – dijo el conejito -. Voy a averiguarlo.
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El conejito se alejó dando brincos por la pradera.
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- Qué suerte tiene el conejito – suspiró con tristeza el patito al ver a su amigo -. Mira qué patas tan fuertes tiene. Yo nunca podré moverme tan deprisa.
- Espera un momento – dijo la ardilla -. Se ha parado. ¿Qué habrá sucedido?
- Tal vez haya descubierto qué era – dijo el patito.
.Así que se pusieron en marcha para alcanzar al conejito.
.- No hay manera – dijo jadeando el conejito -. Está demasiado alto para mí.
- Probaré yo desde este árbol – dijo la ardilla.
.Y subió deprisa por el tronco.
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- Qué suerte tiene la ardilla – suspiró con tristeza el patito al ver a su amiga -. ¿Has visto cómo se ha subido al árbol? Yo no sé trepar.
- Espera un segundo – dijo el conejito -. Está bajando. ¿Por qué será?
- No ha manera – dijo la ardilla -. En cuanto subí al árbol, salió volando otra vez. Parece que no vaya a detenerse nunca.
- Jamás descubriremos qué era – dijo apenado el conejito.
- Pues yo no pienso rendirme – dijo el patito -. ¿Por dónde se fue?
- Hacia el estanque – dijo la ardilla.
- Sigámosle – propuso el patito -. ¿Venís? – Y los demás asintieron.
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Pronto descubrieron a la misteriosa criatura revoloteando con gran rapidez sobre el estanque. De repente, se posó sobre un junco rojo que había en el medio.
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- ¡Ha aterrizado! – gritó el conejito.
- Pero no podemos alcanzarle – se quejó la ardilla.
- Yo sí puedo – dijo contento el patito y, metiéndose en el agua, se fue nadando lentamente.
- Qué suerte tiene el patito – suspiró el conejito.
- ¡Oh! – susurró el patito cuando alcanzó los juncos.
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Posada sobre el junco más alto se encontraba la criatura más hermosa que jamás había contemplado. Las alas le brillaban con el sol y su cuerpo desprendía destellos verdes y azules.
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- Hola – dijo el patito -. Soy un pato. ¿Tú qué eres?
- Soy una libélula – respondió la tímida criatura.
.El conejito y la ardilla observaban tristes desde la orilla.
.- Qué afortunado es el patito – suspiraban.
- ¿Aquellos son tus amigos? – preguntó la libélula.
- Sí – contestó el patito -. Ven a conocerlos. A ellos también les encantaría ser tus amigos.
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El patito regresó nadando a la orilla.
.- Esta es mi nueva amiga – dijo mientras la libélula aterrizaba a su lado.
- ¡Qué afortunado eres! – suspiraron el conejito y la ardilla.
- Soy yo la afortunada – dijo la libélula -, porque el patito dice que vosotros también seréis mis amigos.
- ¡Qué suerte tenemos! – dijeron alegres la ardilla y el conejito.
- Sí – respondió la libélula -. Todos hemos tenido suerte gracias al patito afortunado.
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Texto: © Jillian Harker.
Ilustraciones: © Caroline Pedler.
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La amistad es como la Música:
dos cuerdas del mismo tono
vibrarán ambas, aunque sólo toquéis una.
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Francis Quarles, poeta (8-5-1.592, 8-9-1.644)