lunes, 19 de noviembre de 2012

Una risa para la eternidad.

Emilio era una persona afable, noble de espíritu, que vivía con mucha intensidad el mágico mundo de la infancia. Su profesión lo decía todo de él. No era una profesión como otra cualquiera, como lo puede ser la de arquitecto, médico, granjero, maestro, albañil... En absoluto. Su profesión abarcaba todas las disciplinas del saber humano y las combinaba con una destreza envidiable ya que era un gran experto y conocedor de su profesión, como si fuese un excelente cocinero que hacía exquisitos platos con pocos ingredientes. Si había que animar a alguien, ahí estaba él; si había que hacer una tontería, ahí estaba él; si había que entretener, ahí estaba él; si había que..., ahí estaba él, siempre intentando arrancar las risa de quien lo escuchaba y lo miraba.
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Recuerdo que, cuando era niño, los sábados por la tarde esperaba pacientemente, rodeado por mi familia y atentos todos a la caja tonta, a que él entrase en casa. No venía solo, le acompañaban sus hermanos que también tenían la misma difícil y admirada profesión. Era una espera agradable porque antes de que él y sus hermanos aparecieran en la pantalla de tubos catódicos, en blanco y negro,  mi madre nos preparaba la merienda a mis hermanos y a mí. Y cuando le daba el primer  o el segundo mordisco a aquel bocadillo de nocilla o de otro condimento (la memoria ya no me alcanza) aparecían de forma espectacular. Uno por uno, él y sus hermanos nos hacían una pregunta que ha pasado a la historia y que hoy en día se sigue utilizando bastante. Toda la familia nos entreteníamos con sus canciones y sus aventuras. Quizá a ti, que estás leyendo esto, te pasaba algo parecido.
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Emilio se dedicó a su profesión durante muchísimos años enfocada a un gran abanico de personas: desde los más pequeños hasta los más grandes. Y digo también los más grandes porque, como tú o como yo, siempre los mayores tenemos muy dentro de nosotros, escondido en un recóndito lugar de la memoria, el recuerdo de cuando éramos niños y nadábamos en la inocencia inconsciente de un mundo mágico que era ajeno a la realidad cotidiana.
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Ahora, Emilio se fue a dar un largo viaje sin retorno, un viaje que le supondrá nuevos y desafiantes retos que hará con los otros hermanos que le están esperando: Fofó y Gaby. Si hay que animar a alguien, ahí estará él; si hay que hacer alguna tontería, ahí estará él; si hay que entretener a alguien, ahí estará él; si hay que..., ahí estará él  HACIÉNDONOS REIR ETERNAMENTE. Pero, desde luego, formulando la histórica pregunta:
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¿CÓMO ESTÁN USTEDES?
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Gracias, Emilio Alberto Aragón Bermúdez (4–11–1.929,  18–11–2.012) por todos esos buenos momentos que me hiciste pasar.
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¡GRACIAS, MILIKI!
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¿Qué recuerdas tú de esa época? Si quieres, puedes comentarlo.  

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