Todavía hoy, con todo lo que acontece, escucho a demasiada gente justificar porque no lucha. Todavía hoy, con tanto sufrimiento derramado, quedan demasiadas personas indolentes. Excesivas excusas, incomprensible flojera.
“Hombre soy. Nada de lo humano me es ajeno”, sentenció Terencio. Como humano puedo entender el miedo y su capacidad inmovilizadora; puedo comprender que prefiramos cerrar los ojos antes que afrontar la realidad que nos envuelve y hasta soy capaz de concebir que, ante la barbarie, reaccionemos escondiéndonos, casi inertes para no ser descubiertos y rezando: ¡a mí no, qué no me toque a mí!, mientras ruedan cabezas, justo al lado nuestro.
En lo humano, puedo incluso entender que escojamos ser esclavos antes que asumir la responsabilidad de decidir; pero precisamente en lo humano, no alcanzo a resolver que tipo de mecanismo nos puede llevar a permitir, impasibles, el sacrificio de nuestros hijos y su futuro. ¿Qué clase de instinto de supervivencia puede justificar nuestra desidia cuando se juega con el destino de nuestros vástagos? ¿Con qué tripas somos capaces de argumentar nuestro abandono y pasividad a sabiendas de que, con ello, les condenamos a vivir en la más salvaje de las junglas?
El 25% de la población activa española, el 33% de la canaria, ha perdido su empleo y por tanto, se le ha sustraído la posibilidad de decidir si secunda la huelga. Los porcentajes restantes sí tenemos esa posibilidad y podemos ejercerla por nosotros, por ellos y, sobre todo, por nuestros hijos. La historia de las conquistas sociales, la de la consecución de nuestros derechos más básicos, están escritas con tinta de lucha y movilización; nada nos ha sido nunca regalado. Nada se ha logrado jamás desde el lamento pasivo y la inactiva espera a que las cosas cambien por sí solas.
El 64% de los jóvenes canarios está en paro, el 38% de nuestros niños se encuentra bajo el umbral de la pobreza; ese es nuestro presente, pero el futuro se pinta con tonos aún más oscuros: miseria, emigración, trabajo precario y sin derechos.
Esta realidad debería revolvernos; debería hacernos saltar de nuestras adormecedoras sillas, hechas de pavor, inconciencia o excusas.
Tal vez mañana, tu hijo o hija te pregunte: “¿Papá, mamá, y tú qué hiciste?” ¿Qué les dirás?: “¡Tenía miedo! ¡No me enteré, preferí no conocer lo que ocurría!” Quizá podrías responder: “Mira, hijo/hija, me habían reducido el salario, me habían subido los impuestos y los precios, me quitaron la paga extra y yo, en fin, tenía que pagar la hipoteca –o la letra del coche- y no quise que además me descontaran por ir a la huelga; no estaba dispuesto/a a que se quedaran con un solo euro más de mi bolsillo”.
Puede que tu hijo/hija, en ese caso y porque las generaciones siempre mejoran, te responda: “Papá, mamá, ¿te has parado a pensar si todo eso que te quitaron y todo lo que a mí me han despojado fue, precisamente, por evitar perder un poco de dinero? El salario de uno de tus días de trabajo, pudo haber cambiado mi mundo”.
El 14 de noviembre y las veces que hagan falta, muchas mujeres y hombres iremos a la huelga. Cada una/o desde el ámbito que pueda, no trabajando, no estudiando, no consumiendo, …, lucharemos por nuestros derechos y los de nuestros descendientes, pero también por los de aquellas/os que decidieron seguir aferrados a pretextos.
© Adolfo Padrón Berriel
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