- ¡No te acerques que soy muy peligroso! – rugía el oso Raposo cuando los cervatillos pasaban por el bosque cerca de su cueva.
Y todos salían muy asustados.
- ¿Por qué corréis? – les preguntaban sus padres los ciervos grandes.
- Porque el oso Raposo nos ha lanzado terribles rugidos cuando hemos pasado cerca de su cueva, y nos ha dicho que es muy peligroso acercarse a él.
Los ciervos grandes se miraban entre sí y meneaban la cabeza, sin entender muy bien lo que estaba pasando.
- ¿Peligroso el oso Raposo? Algo le debe pasar, nunca nos ha atacado, ha compartido con nosotros su comida, cuando éramos pequeños hemos jugado con él: se revolcaba por el suelo y nosotros le hacíamos cosquillas y era muy simpático y cariñoso…
Así que los ciervos decidieron convocar una reunión urgente con los otros animales del bosque para averiguar entre todos lo que le pasaba al gran oso.
Los demás animales del bosque acudieron preocupados, pues a sus crías también les rugía y todos estaban muy asustados. El animal más anciano habló:
- Algo muy serio le tiene que pasar para que esté tan enfadado y tenemos que averiguarlo. El bosque siempre ha sido un lugar tranquilo, donde todos nos queremos y ayudamos. Sabemos que enfadándonos no se resuelven los problemas.
Eligieron a la ardilla y a la lechuza para ir a hablar con él y enterarse de cuál era el problema: a la ardilla la eligieron porque era la más rápida y ante un verdadero peligro podía salir corriendo como un rayo, y la lechuza, si las cosas se ponían feas, podía salir volando, así que no había peligro para ninguna de las dos.
Al día siguiente fueron a verle.
- ¿Quién anda ahí? – se oyó la voz fuerte y amenazadora del oso Raposo -. No os acerquéis que soy peligroso – gritó el oso.
- Somos tus amigos del bosque, la ardilla y la lechuza.
- ¿Y a qué venís? ¿No sabéis que puedo haceros daño?
- Venimos en nombre de todos los animales del bosque, queremos saber qué te pasa, tú nunca nos has hecho daño ni nos has gritado.
- Pero ahora todo es diferente…, y quiero que me tengáis miedo.
Su voz era cada vez más fuerte, pero ninguna de las dos estaba dispuesta a irse sin cumplir su misión.
- Sal de la cueva, oso Raposo, queremos verte y hablar contigo.
Los rugidos, cada vez más cercanos, indicaron a la lechuza y a la ardilla que el oso estaba saliendo.
El oso no las veía bien. Las dos se habían subido a la rama de un árbol cercano, así ellas le podía ver sin problemas y escapar si era necesario.
- Oso Raposo, dinos, ¿por qué quieres darnos miedo?
- Porque así todos me respetaréis.
- Pero, gran oso Raposo, todos en el bosque te queremos y respetamos.
- Me voy haciendo viejo, ya no es como antes, estoy perdiendo vista y me canso. Ya no soy el gran cazador de antes…, pero no me doy por vencido: si me tenéis miedo es que todavía soy poderoso.
La lechuza, al darse cuenta de lo que le pasaba, se posó en una rama más cercana y mirándole a los ojos le dijo:
-Gran oso, si nos gritas nos asustas, y si tenemos miedo nos iremos alejando poco a poco de ti, y si nos alejamos te quedarás solo. ¿No crees que sería mejor que pidieras ayuda a tus amigos?
El oso Raposo se sentó, y por la expresión de su cara se notaba que estaba pensando en lo que le había dicho la lechuza.
- No lo había pensado, quizás tengas razón…, pero quiero seguir siendo el animal más fuerte del bosque.
Y la ardilla le dijo:
- Para nosotros siempre serás el gran oso, no creas que pedir ayuda es señal de debilidad, no: significa demostrar a tus amigos que confías en ellos.
El oso Raposo comprendió que la ardilla y la lechuza tenían razón y a partir de ese día decidió no gritar ni asustar a nadie. A cambio se encontró con la cueva llena de provisiones para el invierno, regalo de todos sus amigos del bosque. Se encontró también con muchas visitas que le hacían buena compañía, unos recordaban los viejos tiempos, otros hacían planes para el futuro, y entre charla y charla fue pasando el tiempo, y el gran oso envejecía feliz rodeado de todos los animales, grandes y pequeños.
Aquel invierno el gran oso Raposo aprendió mucho del significado de la palabra amistad y a menudo recordaba cómo había estado a punto de perder el respeto y el amor de los que le rodeaban, creyendo que es más fuerte quien más grita y más se enfada.
©Begoña Ibarrola.
Cuentos para sentir.
Ediciones SM.
Nada es más despreciable que
el respeto basado en el miedo.
Albert Camus (7-11-1.913, 4-1-1.960),
premio Nobel de Literatura (1.957)
No hay comentarios:
Publicar un comentario